Bosquejo de la Prehistoria Local: Curso medio e inferior del río Aconcagua

La Arqueología es el estudio de las culturas del pasado para la comprensión del hombre y su manera de vivir en relación con su medio ambiente y con el mundo espiritual: cómo construye sus asentamientos, consigue su alimento, se viste, se expresa y se relaciona con otros seres vivos.

Convencionalmente, se define la Prehistoria como el período de nuestro pasado que va desde el origen del hombre hasta el surgimiento de la escritura, hace unos 5000 años. En nuestro país, debido a nuestra historia particular, se utiliza el término Prehistoria para referirse al momento previo a la llegada de los españoles, por lo cual es más preciso hablar de un período Prehispánico. La Historia de nuestro país se extiende entre en año 1535 y el presente. 

El río Aconcagua, como eje de la configuración geográfica de esta zona del país es importante para el estudio del pasado de nuestro territorio porque corresponde a una zona de frontera entre los desarrollos culturales del Norte Chico y Chile Central y un eje de articulación de las poblaciones humanas en torno a la principal fuente de agua dulce de la región.

Los vestigios humanos más antiguos en esta zona del mundo datan de hace unos 40.000 años antes de Cristo. A partir de esa fecha, y hasta los 10.000 años antes de Cristo se habla del Período Paleoindio. Este período se caracteriza porque el hombre, como Homo sapiens, entra por primera vez al continente americano, cruzando el Estrecho de Bering, un puente de hielo que comunicó a través del hielo Asia con Alaska. Luego estas poblaciones se desplazaron por toda América, tanto por la costa, como por el interior del continente, llegando incluso hasta el Extremo Sur de Chile. En este escenario natural convive con megafauna (fauna extinta de gran tamaño, como el mastodonte, milodón, caballo americano, tigre diente de sable). Las poblaciones paleoindias se agrupaban en bandas nómades de cazadores y recolectores, que se desplazaban con sus familias y sus viviendas por el territorio buscando diversos recursos según la época del año en que se encontraban. Durante el Período Paleoindio el clima era más frío y lluvioso y el océano se encontraba varios metros bajo su nivel actual.

El clima en este período se tornó progresivamente más cálido, hasta parecerse al que hoy tenemos. Este cambio coincidió con la extinción de la megafauna, la cual fue desplazada hacia el sur del país por los episodios de mayor aridez, el apetito de los cazadores y los cambios de dieta que implicaban los ajustes climáticos que se estaban produciendo sobre la cubierta vegetacional de la Tierra.

El Período Arcaico, arqueológicamente definido, se extiende entre los 10000 años y 320 AC. Se caracteriza por corresponder al comienzo del poblamiento de la zona, momento en el cual se establecen las comunidades que corresponderán a los grupos culturales que observaremos más desarrollados en los períodos histórico – culturales posteriores. Durante el Período Arcaico el hombre comienza a aproximarse al mar como fuente de obtención de alimentos. Aún no se desarrolla la cerámica ni la agricultura, existe sólo un nivel incipiente de horticultura y acercamiento o “aguachamiento” de camélidos, guanacos y llamas principalmente. Con los deshielos, el medio cordillerano comenzó también a ser más accesible y se pudieron aprovechar estacionalmente nuevos recursos alimenticios, especialmente a través de los mismos camélidos que empezaban a intentar domesticar y que poblaban esas áreas, y también nuevas fuentes de materias primas de alta calidad, especialmente para la fabricación de instrumentos de piedra.

De esta época se popularizó la confección de tres tipos de artefactos: los morteros usados para moler, vegetales, semillas, colorantes, etc.; las llamadas piedras tacitas o bloques de piedra con pequeños morteros utilizados también con fines de molienda; y las piedras horadadas, que tenían múltiples funciones: moler, percutir, enmangadas eran usadas como azadón y también como armas, entre otros usos. La tierra era generosa y fértil, sustentaba una vida seminómade, estable y pacífica.

Piedra horadada, recuperada en el sitio arqueológico El Membrillar 1 en Concón. Fotografía: H. A. G., 2006

Son pocas las evidencias que existen en la costa de la zona central de Chile sobre el Período Arcaico. Esto porque debido al alza y descenso en el nivel del mar en relación con la temperatura del planeta es muy probable que los asentamientos de dicho período se encuentren bajo el mar. Hay evidencias más abundantes de presencia humana en la zona durante dicho período, no obstante, hacia el interior del valle, particularmente hacia la precordillera.

En la localidad de Placilla, Valparaíso, en el Fundo Las Cenizas, se pueden encontrar hasta el día de hoy piedras tacitas, grandes bloques de piedra con horadaciones o excavaciones que probablemente se utilizaron como morteros comunitarios, y juntos a ellos, se encontraron individuos enterrados. Ellos datarían del Período Arcaico.

En el sitio Enap 3, al interior de la Refinería de Concón, también hay evidencias de una ocupación Arcaica, particularmente, del enterratorio de una mujer de entre 40 y 50 años de edad al morir, que padeció de yaws, un tipo de sífilis no venérea, que se contagiaba probablemente por la convivencia hacinada y las malas condiciones de higiene, y que fue enterrada junto a una piedra modelada como un pequeño disco. En su enterratorio está basado, con libertad narrativa, el primer relato que se encuentra en el apartado Narraciones.   

En Quintero, en las inmediaciones del estero de Loncura, se encontró un cementerio familiar en cuyos estratos más profundos, hace unos 6000 años se inhumó a una mujer con una ofrenda de dientes humanos, para su vida en el más allá. 

A continuación del período Arcaico, se aprecia arqueológicamente una importante fase de transición desde la mera recolección de alimentos y caza de animales, hacia la producción de éstos. Eso separa conceptualmente dos grandes bloques de tiempo para la Arqueología, comenzando entonces a hablarse del Período Alfarero.

Enterratorio de una mujer del Período Arcaico, en el sitio S- Bato 1, Quintero. Fotografía: A. S., 2009

El hombre, gracias a un profundo conocimiento del entorno y una estrecha relación con la naturaleza, inicia prácticas hortícolas y la incipiente domesticación de animales. Sin embargo, el avance tecnológico y cultural más importante para el nuevo período que comienza en la prehistoria de la zona es la aparición de la cerámica. No se sabe bien cómo surgió la fabricación de cerámica. Las vasijas más antiguas fueron fabricadas en esta zona del país, por lo que parece difícil aceptar que se adoptó de grupos que traían la agricultura aprendida desde otros lugares. Eventualmente, las primeras vasijas fueron escasas y utilitarias, pero con el avance tecnológico, adquirió otros usos. 

Fue así como la cerámica se fue convirtiendo en un elemento para expresar la identidad de una comunidad. Es por eso que cada grupo cultural fabricaba vasijas con formas diferentes y las decoraba con motivos muy propios de su cosmovisión. Estas diferencias son precisamente las que nos permiten adscribir culturalmente los sitios arqueológicos, vale decir, reconocer qué comunidad cultural vivió allí. En la funebria, por ejemplo, vemos que la cerámica tiene un uso social e identitario. Mientras los individuos Bato se enterraban con vasijas fragmentadas o parte de ellas, las comunidades Llolleo y Aconcagua depositaban vasijas completas a sus muertos, para su uso en el más allá.

Hacia el año 300 antes de Cristo los grupos humanos de esta zona se identifican con dos identidades culturales que hoy llamamos Cultura Bato (300 aC – 1100 dC) que habitan principalmente sectores costeros, y el Complejo Cultural Llolleo (200 aC – 1100 dC), quienes demostraron preferencia por los sectores de valles interiores.

En sus lugares de habitación, los Bato conformaban basurales denominados arqueológicamente como conchales, hechos principalmente de restos de conchas, cerámica y materiales orgánicos que desperdigaban en torno a sus viviendas. Para los arqueólogos son el principal elemento cultural para distinguir la presencia humana en el paisaje en tiempos remotos.

Sus viviendas se agrupaban en pequeños de caseríos o refugios semipermanentes cercanos, por ejemplo, alrededor de una quebrada. Éstos eran habitados por unidades familiares (abuelos y abuelas, sus esposos o esposas, sus hijos y esposos o esposas, más los hijos y esposos o esposas de éstos, y así sucesivamente). No había una estructuración social muy determinista, pero el análisis de la complejidad de los ritos funerarios sugiere que las mujeres tenían un rol social predominante, posiblemente porque llevaban una vida más sedentaria que los hombres.

Algunos individuos Bato usaban un piercing labial muy característico, llamado tembetá, que consistía en una gruesa perforación del labio inferior para hacer salir por este un botón de piedra o cerámica. Hombres, mujeres y niños usaban este elemento. También usaban cuentas de concha (especialmente los niños pequeños, aparentemente para protección después de su nacimiento) y metal, y orejeras.

Las comunidades Bato vivieron preferentemente en las terrazas y lomajes costeros cercanos a vertientes o a quebradas que bajaban desde la Cordillera de la Costa hacia el mar, lo que les permitía hacer uso de recursos marinos, tales como moluscos de playa (machas, almejas, etc.); de roca (locos, lapas, etc.); peces; mamíferos marinos; recursos de agua dulce y también de la flora y fauna continentales, como es el caso de zorro, guanaco, roedores y aves, y abundantes cultivos.

Vista frontal de un individuo masculino con un tembetá (piercing labial) de cerámica in situ en su enterratorio

La cerámica Bato se caracteriza por el uso de materiales locales para la fabricación de cerámica, la producción de vasijas de superficie alisada y pulida de tonalidades pardas, rojas y negras, y paredes gruesas. Se distinguen también elementos decorativos típicos, como asas mamelonares, gollete cribado (como regaderas), cuello cilíndrico estrecho, asas de suspensión, decoración de hojas en negativo sobre pintura roja, uso de hierro oligisto, y motivos decorativos como el inciso lineal punteado, con relleno blanco o con puntos y chevrones. Los motivos decorativos muestran una fuerte conexión con la naturaleza, representando plantas y animales marinos, voladores y terrestres. El origen de este tipo de vasijas está relatado, también con licencias narrativas y temporales en la tercera historia del apartado Narraciones.

A nivel de la funebria, las comunidades Bato se caracterizan por la inhumación de individuos aislados o en grupo, a veces incluidos en los conchales, en posición flectada o hiperflectada (en otras palabras, en posición fetal), decúbito lateral o ventral (hacia un lado o el otro del cuerpo, o boca abajo) y sin ofrenda cerámica entera, a excepción de fragmentos de vasijas intencionalmente quebradas alrededor de los cuerpos. La ofrenda de restos malacológicos, o sea de conchas, es bastante rica, reflejando ésta evidencias de estratificación social, diferencias según el género y la ocupación. Cada especie tenía un simbolismo particular, aún poco comprendido por la Arqueología. Por ejemplo, se solían poner choritos juveniles (que aún no se habían desarrollado del todo) en la zona del vientre de hombres y mujeres. Las machas que adquieren una característica tonalidad blanca, se ponían en las tumbas de mujeres y los picorocos se depositaban junto a hombres que, por el análisis de sus restos óseos, se piensa que fueron buceadores.

Las evidencias funerarias que nos han legado nos permiten conocer que creían en la vida después de la muerte, y preparaban a sus muertos para que pudieran continuar su vida después de ésta, adjuntando muchas veces alimento y elementos que les permitieron trabajar en lo que sabían en el lugar a donde iban. El fuego y el humo era un elemento importante para ellos. Regularmente volvían y ofrendaban elementos a sus muertos y el marcar sus tumbas con piedras les facilitaba construir una memoria sobre los sitios cementerios. Como se señalaba anteriormente, de sus tumbas deducimos además que las mujeres tenían un rol familiar preponderante, agrupando a los familiares, especialmente a los niños, en torno a ellas. Los niños eran cuidados en los caseríos, y sobre los 3 años se incorporaban a las tareas domésticas como un adulto más, como lo muestran sus tumbas, donde son enterrados en la misma posición y con elementos similares a los adultos.   

Los Bato llevaban una vida tranquilla, casi no hay evidencias arqueológicas y bioantropológicas (a partir del análisis de sus restos óseos) de violencia entre ellos. Sus principales enfermedades probablemente tenían que ver con infecciones que les causaban la muerte en poco tiempo (pues no se encuentran evidencias en sus huesos), por complicaciones en la recuperación de heridas, o por afecciones respiratorias (sinusitis, otitis, pulmonía). Ya de mayores solían sufrir de artritis en la columna vertebral, sobretodo espalda baja y cadera (posiblemente por cargar mucho peso) y también se suelen encontrar luxaciones de tobillo. Las mujeres exhiben también artrosis en muñecas y codos, posiblemente por la realización de tareas manuales (como el tejido, la cestería, la fabricación de redes) o la molienda de granos en morteros de piedra.

Sólo se ha registrado un caso de un asesinato ritual en las comunidades Bato del área de desembocadura del río, y corresponde al ajusticiamiento de un hombre joven, de alrededor de 20 años, con muy buen estado de salud y nutrición. Su tumba fue cuidadosamente preparada, luego arrojado a ella y apedreado. Las razones de esta muerte se han perdido en los anales del tiempo.

Enterratorio de un individuo “apedreado”, único caso de violencia registrado en la zona. Sitio arqueológico El Membrillar 1, Concón. Fotografía: H. A. G. 2008

Los sitios arqueológicos Bato se encuentran entre el estero Los Molles, costa de La Ligua, por el norte y el río Maipo por el sur. Los fechados indicarían un momento inicial dentro del Complejo Cultural entre el 300 aC y el 30 aC (con una vida semi sedentaria, con alfarería muy escasa y baja densidad de población), y una fase de consolidación entre el 30 aC y el 800 dC (donde se configuran aldeas de numerosa población, se observan prácticas hortícolas muy establecidas, la cerámica se vuelve utilitaria e identitaria, expresa simbolismo, se configuran complejos cementerios y se establecen relaciones con grupo de más al interior del valle). En el curso inferior del río Aconcagua la presencia Bato se ha fechado entre los años 40 y 915 dC. Esta última fase de desarrollo estaría marcada por una crisis ambiental, poco documentada desde la evidencia arqueológica, pero si observada desde las fuentes suprasensibles, que habría conducido al desplazamiento de la población costera hacia la zona del curso medio del valle, particularmente la zona de Quillota. La máxima concentración de sitios Bato en el curso del Aconcagua, no obstante, se registró siempre en el área de desembocadura del río. En el curso medio del río Aconcagua se han registrado ocupaciones Bato en Quillota y San Pedro (sitios arqueológicos Fundo Esmeralda y San Pedro 2).

Más o menos en el mismo rango temporal, pero en un espacio geográfico levemente diferente, se puede encontrar arqueológicamente a otro grupo cultural, el Complejo Cultural Llolleo. Se asentaron también en la esfera costera, pero privilegiaron principalmente los valles interiores, terrazas de ríos, lagunas costeras, aleros rocosos, vegas cordilleranas y los sectores costeros que estaban relacionados siempre con los  sistemas de valle o quebradas del interior. Tenían una forma de vivir levemente diferente a los grupos Bato antes descritos. Las evidencias indican que eran poblaciones totalmente sedentarias, de economía hortícola que sólo aprovechaban ciertos recursos marinos como complemento. La dispersión de los grupos Llolleo sería más amplia y en ocupaciones más densas que los Bato, abarcando una zona que va desde el valle del Choapa hasta las cercanías del Maule, pero su manifestación más fuerte se dio entre los ríos Maipo y Cachapoal y muy probablemente estarían relacionados a las avanzadas más septentrionales de grupos del sur del país (proto – mapuches). Los artefactos que manufacturaban sugieren una disminución de la importancia de la caza y un aumento de la tecnología de molienda.

Los elementos más diagnósticos de lo Llolleo son: a nivel de la cerámica, la fabricación de vasijas o contenedores grandes, ollas medianas y pequeñas de uso cotidiano, jarros simétricos y asimétricos y tazones. Sus decoraciones eran similares a lo Bato, pero estilizaron los incisos y modelados zoomorfos, fitomorfos y antropomorfos, con modelado continuo de cejas/nariz y ojos en forma de grano de café, en un diseño característico de lo Llolleo. La presencia de asas puente, entierros en urna y formas similares al jarro pato, vinculan este Complejo con tradiciones culturales del sur del país, antecedentes arqueológicos de los mapuches históricos.

El tembetá desaparece del conjunto de adornos corporales en lo Llolleo, pero se mantienen los collares y pulseras de cuentas de lutita, concha, cobre o malaquita, también aparecen figuritas zoomorfas como colgantes.

En la funebria, los individuos Llolleo se caracterizaron por depositar a sus deudos usualmente en las mismas áreas de habitación, con los cuerpos depositados flectados, lateral o ventralmente. La cerámica adquirió un rol más simbólico e identitario, por lo que para ellos es común ofrendar vasijas completas a los esqueletos y herramientas de uso cotidiano, que dan cuenta de su ocupación en vida. Por ejemplo, en el sitio Fundo Esmeralda, en San Pedro, Quillota, se halló el enterratorio de una joven de alrededor de 17 años que entre sus manos tenía dos pulidores utilizados probablemente para alisar la superficie de las vasijas. Ellos no señalizaban sus tumbas con piedras ni otros elementos que hayan perdurado en el tiempo, pero sabemos que mantenían una memoria viva sobre estos enterratorios pues los Aconcagua o los inkas que llegaron a la zona, usaron las mismas áreas de cementerio, cavando incluso cámaras funerarias bajo los enterratorios Llolleo, sin disturbar ni siquiera un hueso de esas antiguas tumbas. Eso es lo que se aprecia, por ejemplo, en el cementerio del sitio arqueológico Carolina, en Pocochay.  

En el curso medio e inferior de la cuenca del Aconcagua se han registrado ocupaciones Llolleo en los La Cruz, Quillota, San Pedro y Limache. Fechados que se han obtenido de esos sitios arqueológicos indican que las comunidades Llolleo habrían habitado el valle de Quillota desde el año 140 dC al 680 dC.

Los estudios desarrollados en la zona del Aconcagua, particularmente a partir de la comparación de sitios del interior (curso medio y superior) con otros de la desembocadura del río han llevado a proponer que en el curso inferior, Bato y Llolleo, a pesar de coexistir, habitan espacios separados, vale decir, no se mezclan en sus áreas de habitación. Pero hacia el interior, sus ocupaciones se interdigitan espacial y materialmente, vale decir, tienden a ocupar espacios de manera conjunta.

Investigaciones realizadas entre la costa de Los Molles y la desembocadura del río Aconcagua desde hace 20 años han llevado a plantear la ocurrencia de un cambio climático que se inicia alrededor del año 800 después de Cristo y que se extiende, como un aumento de la temperatura, hasta después del año 1200 dC, que lleva a un cambio entre un clima templado y húmedo a un escenario cálido y seco. 

No hay evidencias detalladas en el registro arqueológico de qué ocurrió a nivel cotidiano, no obstante, sabemos que no hubo competencia por los recursos entre los grupos locales, sino más bien se solidificaron y construyeron alianzas con una fuerte identidad de grupo, que llevó a cambios ideológicos que repercutieron en cómo se expresaban artísticamente y cómo conceptualizaban la muerte. El modo de vida horticultor y alfarero se mantuvo estable y la población se concentró hacia el interior de los valles. Es el mismo proceso que antes se describió para las comunidades Bato, que llevó a la formación de una nueva unidad social, síntesis de ellos y de las comunidades Llolleo.

El Período Intermedio Tardío (PIT) es el nombre con el que arqueológicamente se describe este nuevo momento en la crónica prehispánica de estos valles. Abarca fechas que van entre los años 900 y 1350 dC. Dicho período corresponde por completo a la Cultura Aconcagua, quienes aprovecharon los conocimientos conseguidos en el período anterior, los adaptaron y utilizaron para un aprovechamiento total del medio en el que habitaron. Hacia el año 1350, la llegada de influencias inkas a la zona, provenientes desde el norte de nuestro país, marcan un nuevo período denominado Período Tardío, o Periodo Aconcagua – Inka, momento en que las comunidades locales mantienen su identidad, pero empiezan a aparecer elementos en el arte que indican fuertes influencias foráneas probablemente adquiridas en un principio través del contacto con comunidades del Complejo Cultural Ánimas y la Cultura Diaguita, propias del norte chico, y luego por la presencia de individuos inkas traídos a la zona desde el norte de lo que hoy es nuestro país o incluso desde el corazón mismo del imperio cuzqueño.

La extensión geográfica de las comunidades Aconcagua abarca desde la zona del valle del Aconcagua, por el norte, – aunque se han encontrado evidencias hasta el valle del río La Ligua- hasta el Cachapoal por el sur. La población parece concentrarse en el valle, siendo menos ocupada la zona costera y cordillerana, pero hay una presencia abundante y sostenida de este a oeste. También se ha encontrado material cerámico Aconcagua en sector argentino, formando parte de contextos alfareros locales, que dan cuenta de una gran movilidad de estas poblaciones.

 Los asentamientos son más numerosos (los cementerios más densos así lo atestiguan) y probablemente los conjuntos viviendas de familias extensas ya han comenzado a traslaparse, conformando aldeas unidas ya no sólo por vínculos familiares, sino también sociales. Las comunidades son claramente más sedentarias y con una horticultura más establecida, que está comenzando a canalizar el agua del río, como lo sugieren canales de piedra encontrados en las inmediaciones del cementerio Estadio de Quillota.

La cerámica adquiere en este período un rol identitario y político aún mucho más fuerte. A diferencia de lo que se observaba entre los Bato y los Llolleo en sus tumbas, acá importa menos el individuo y su historia como parte de un grupo familiar, y más que cada sujeto exhiba su identidad grupal, Aconcagua.

Vasija Aconcagua Salmón con diseño de trinacrio recuperada del sitio arqueológico Estadio de Quillota.

Los elementos distintivos de la Cultura Aconcagua, a nivel de la cerámica, son la fabricación de vasijas de pasta anaranjada con decoraciones en color rojo y negro, cuya forma más común es el puco, un plato de paredes bajas, y el motivo de decoración más típico es el trinacrio, un diseño con tres aspas que se distribuyen casi simétricamente en torno a un círculo central. Se siguen reproduciendo las formas utilitarias de los períodos anteriores, como ollas de cuerpo globular, con dos asas, los grandes contenedores para líquidos y los jarros “choqueros”, tipo tazón.

Imagen de una ofrenda típica del Período Aconcagua. Sitio arqueológico Estadio de Quillota

Otros elementos nuevos son introducidos a partir de la funebria: los cuerpos son depositados exclusivamente en posición extendida, ya sea decúbito dorsal, ventral (acostados boca arriba o boca abajo) o en menor medida, lateral (acostados sobre uno de sus costados), comúnmente bajo túmulos. Los túmulos eran tumbas colectivas donde se enterraban los individuos en conjuntos familiares, y cada enterratorio se cubría de piedras, formando capas. Muchas veces los deudos retornaban a los túmulos para hacer ofrendas, dejando evidencias de quemas pequeñas junto a la tumbas. Se mantiene la ofrenda vasijas completas en los enterratorios, y aumenta el número de vasijas ofrendadas, probablemente asociadas al status social del individuo. Por ejemplo, en el Estadio de Quillota, el cementerio de túmulos más grande excavado en la cuenca del Aconcagua, habían individuos acompañados de una simple vasijas pardo alisada hasta tumbas múltiples en las que se recuperaron 25 piezas, entre ollas utilitarias y vasijas ceremoniales con complejas decoraciones de trinacrio y tricromía.  

Las puntas de proyectiles pequeñas halladas en los contextos Aconcagua demuestran que la caza de aves y animales menores fue una actividad importante. Desarrollaron el procesamiento de alimentos para hacer chichas, sopas, papillas y también la textilería. Continuaron utilizando algunos elementos de períodos anteriores, como las piedras tacitas, las piedras horadadas y los morteros de piedra.

En el aspecto social se conoce a través de fuentes históricas y arqueológicas la existencia de jefes, llamados curacas o caciques, que gobernaron dividiéndose las tierras en mitades complementarias, como la «mitad de arriba» y «la mitad de abajo» del valle, vale decir, el interior y la costa. Un elemento utilizado sólo por estos jefes para señalar dicho rango eran las clavas, que constituían sus emblemas o insignias de mando. Se han encontrado clavas de piedra de al menos 30 cm de alto, y también miniaturas que eran usadas como pendientes. Por ejemplo, en el Estadio de Quillota, se encontró la tumba de un pequeño de siete años que en su mano izquierda tenía una miniatura de Clava, que alguna fue usada como un colgante.

Miniatura de clava encontrada en el sitio Estadio de Quillota, en la mano de un pequeño de unos 7 años de edad al morir.

En esta estructura social más compleja los jefes o representantes de cada comunidad solían reunirse a conversar para establecer alianzas comerciales y de cooperación. Al igual que en los período anteriores, reinaba la paz entre las comunidades. Es posible que el hombre adquiriera un rol social más preponderante, como jefe de un caserío o linaje, a diferencia de lo que se observaba en los períodos anteriores. La evidencia suprasensible sugiere que la jefatura no era privativa de un género, pero sí había cierta preferencia por el rol masculino. Y si no había un hombre disponible para ostentar dicho cargo, sería una mujer quien lo tomaría, por derecho de sangre.

Probablemente, el rol político de los hombres se vio fortalecido a través del tiempo por su amplia movilidad en el territorio, como parte de grupos de cazadores, comerciantes o buscadores de materias primas. Podemos buscar incluso evidencias de esa sabiduría en el esfera mapuche, donde Ziley Mora a recogido este antiguo proverbio: nampülkafe wentru ta inche (yo, el hombre, soy ese ocupado viajero recorredor de mundos), que en su propio análisis sobre el dicho, dice: “destaca uno de los atributos ancestrales de la condición del ser varón: la actividad de conocimientos y conquista. Antiguamente, el hombre adquiría autoridad según la magnitud de sus expediciones guerreras, básicamente, aquellas que organizaba allende los Andes para obtener las cualidades de la madurez (Ziley Mora Penrose. Palabras mágicas para reencantar la tierra. Uqbar Editores, 2012).

Los sitios de adscripción Aconcagua reconocidos en el curso medio del valle homónimo están representados por las ocupaciones más tardías de los sitios Estadio de Quillota, que correspondía probablemente a un cementerio de túmulos, donde el componente propio del Período Intermedio Tardío abarcaría desde Aconcagua hasta el momento de aculturación diaguita-incaica. Además, hay vestigios Aconcagua en Concón, Cerro Mauco, Tabolango, San Pedro, La Cruz, Limache y Quilpué, además de lo que se observa en los valles del río La Ligua, el Maipo, Mapocho y hasta el Cachapoal.

En estos momentos, a principios del primer milenio antes de Cristo, se establecen las relaciones entre Diaguitas y Aconcaguas con una data muy anterior a la llegada del Inka, registrándose puntos de contacto, como lo observado en el cementerio Estadio de Quillota, donde se encontraron tumbas con ofrenda mixta, de ambas culturas, y vestigios de enfrentamientos, como lo visto en el cementerio Escuela de Placilla, en La Ligua, donde se encontraron contextos funerarios Aconcagua y Diaguita mezclados, además de una gran cantidad de puntas de proyectiles, algunas asociadas a esqueletos evidenciando eventuales rencillas entre los grupos locales, en áreas más marginales de la esfera Aconcagua. Es importante destacar la importancia que tenía en este tiempo el intercambio de mujeres, que por su capacidad reproductiva representaban las energías materiales y telúricas de la comunidad. Aceptar que una mujer fuera sacada de su comunidad y entregada a otra era un voto de confianza profundo, implicaba entregar una parte clave de la energía vital y del futuro de una comunidad. La hermandad pasa a conformarse ahora ya en la materia, y se puede replicar en el tiempo a través de los hijos de uniones mixtas. Es el paso evidente a hacerse hermanos por elección, entre las poblaciones de uno y otro valle, o incluso más distantes. El cuarto relato del apartado de Narraciones cuenta un poco de estas alianzas.

Las relaciones Diaguita – Aconcagua son claves para entender las manifestaciones inkaicas en la zona, pues como ya se mencionó la interpretación tradicional sugiere que las influencias cuzqueñas llegaron a la zona, a la esfera Aconcagua, mediadas por poblaciones Diaguita, quienes por su tradicional organización dual similar a la Inka adoptaron más fácilmente el dominio cuzqueño. Es muy probable que el Inka aprovechara las buenas relaciones establecidas entre Aconcaguas y Diaguitas antes de la expansión de su influencia en la zona, como puente para acceder a personajes de alta jerarquía dentro de las comunidades locales. Estas jerarquías se habrían empezado a configurar ya en el Período Alfarero Temprano, cuando las poblaciones Bato y Llolleo conformaban comunidades semisedentarias pero con claras tendencias a la concentración en el interior del valle o en su curso inferior, pero estaban consolidadas hacia el tercer siglo del primer milenio dC.  

 Las primeras crónicas españolas señalan que la población se distribuía en aldeas conformadas por 12 a 15 chozas. Sus moradores, probablemente parientes, reconocían como jefe al descendente directo del fundador del linaje. A su vez, estos jefes estaban sujetos a la autoridad de otro, señor de un valle o porciones de él. Para el español, esta autoridad era señal de propiedad. Las crónicas antiguas señalan que para los indígenas, dicha autoridad era más bien una responsabilidad y la elección de una tierra como “propia” no era más que una declaración de sus preferencia emotiva por ella.

Diversos autores plantean que los grupos Aconcagua no fueron asimilados en su totalidad, siendo sólo núcleos poblacionales específicos quienes participaron directamente de las normativas inkas de acuerdo a los intereses y requerimientos de la orgánica estatal de ésta. Se conforman así contextos arqueológicos exclusivamente Aconcagua, otros Aconcagua – Inka o Inka Local y otros con elementos más exclusivamente Inka.

Ya en el Período Tardío, en cuanto a la explotación de recursos se hizo evidente un avance de las técnicas hortícolas en paralelo a un mantenimiento de la caza y la pesca. El Inka habría introducido en la zona técnicas de manejo y canalización del agua con lo que en este momento se podría hablar de agricultura efectiva. Respecto de la caza, si bien es evidente que ésta se mantuvo como un medio importante de aprovisionamiento, es probable que fuera modificada en relación a la presencia de camélidos domesticados. La pesca pudo haber sido una de las actividades más impactadas por la llegada de influencias foráneas. La importancia que le dio el inka a la explotación de metales, por ejemplo, en los lavaderos del Marga – Marga pudo haber implicado un desplazamiento de un número importante de las poblaciones pescadoras hacia el trabajo en los lavaderos, disminuyendo la explotación de los recursos costeros. Una acción como ésta pudo determinar la situación observada por diversos cronistas hacia el año 1600, quienes reportan la ausencia de suficientes pescadores para abastecer los enclaves españoles en el la zona central de Chile.

A la llegada de los españoles se encontraban en la zona al menos tres caciques de renombre: Quilicanta, Michimalongo y Tanjalongo, quienes debieron enfrentarse a la llegada de los extranjeros, no sin conflictos entre ellos mismos, ya que se dice, unos optaron por aliarse con los españoles y otros no. El primero de ellos, de procedencia cuzqueña se enfrentó a los segundos por el dominio de partes del valle.

A partir de la Fundación de Santiago en 1541, la población indígena local sufrió un profundo impacto negativo, debido a la guerra, las violaciones de mujeres, las epidemias, los continuos traslados y el mestizaje a que fueron sometidos por los españoles. Con ello su identidad como pueblo Picunche o Aconcagua, heredero de la tradición Bato y Llolleo se diluye en las haciendas coloniales, en donde se mezclaron con los criollos. Estos cambios generaron una pérdida sustancial de todo el patrimonio intangible de estos hombres y mujeres partiendo por su lengua, sus mitos y tradiciones, su música, los detalles de su cosmovisión, su medicina y sus saberes ancestrales. Nos queda como referencia más próxima la esfera Mapuche, que por su acérrima resistencia a la conquista, no fueron absorbidos y pudieron ser observados por cronistas españoles que registraron en escritos sus costumbres, lengua y forma de vivir. Lo mismo ocurrió en los valles de Quillota, Limache, Tabolango y Concón. Los grupos del Aconcagua llevaban una vida similar, mas llena de detalles que los hacían únicos y que deban cuenta de su propia reflexión respecto del entorno en el que vivían y su biografía como pueblo. La imagen que podemos construir a partir de esos relatos, no es más que un pálido reflejo de la vida de esos indígenas elaborado a partir de juicios europeos y católicos. Las evidencias arqueológicas que tenemos de los primeros habitantes de nuestros valles son también áridas y carentes de vivacidad, no son más que objetos mudos. La invitación es entonces, al arqueólogo, al historiador, al maestro y todo Aconcagüino a aproximarse al conocimiento de las vivencias de estos ancestros desde un pensar vivo, una reflexión inspirada que, libre de juicios, pueda descorrer el velo del tiempo. “Peumagnen felepe” se dice, como despedida, en mapudungun.

Deja un comentario

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar